Entre los individuos, como entre las naciones...


El 15 de julio de 1867, el presidente Benito Juárez regresó a la Ciudad de México, luego de haberla dejado durante cuatro años, en los que la nación tuvo que pelear su segunda guerra de independencia.
En su mensaje de victoria a los mexicanos, el presidente Juárez señala que fue gracias al sacrificio del pueblo que la República logró sobrevivir a la agresión francesa, que el gobierno se mantuvo firme y no pidió ninguna ayuda a otros países, y al haberse alcanzado la paz llegaba el momento de llamar a elecciones para que otra persona se encargara de la Presidencia de la República.
Como nosotros sabemos, Juárez no dejó el cargo en 1867, y la República no habría sobrevivido sin el respaldo de Estados Unidos (quienes no deseaban un gobierno europeo en el continente). Sin embargo, el discurso de Juárez llama la atención por su confianza en la gente y en las leyes para sostener al país y levantarlo del hoyo en que se encontraba.
Vivimos un momento muy complicado; eso todos lo sabemos. Cuando el presente es oscuro hay que ver hacia atrás, tanto para recordar que hemos pasado por épocas peores, como para renovar nuestra esperanza de que, sin importar el tamaño de los conflictos, siempre podremos salir adelante.

Mexicanos: el gobierno nacional vuelve hoy a establecer su residencia en la Ciudad de México, de la que salió hace cuatro años. Llevó entonces la resolución de no abandonar jamás el cumplimiento de sus deberes, tanto más sagrados, cuanto mayor era el conflicto de la nación. Fue con la segura confianza de que el pueblo mexicano lucharía sin cesar contra la inicua invasión extranjera, en defensa de sus derechos y de su libertad. Salió el gobierno para seguir sosteniendo la bandera de la patria por todo el tiempo que fuera necesario, hasta obtener el triunfo de la causa justa de la independencia y de las instituciones de la República.
Lo han alcanzado los buenos hijos de México, combatiendo solos, sin auxilio de nadie, sin recursos, sin los elementos necesarios para la guerra. Han derramado su sangre con sublime patrotismo, arrostrando todos los sacrificios, antes que consentir en la pérdida de la República y de la libertad.

En nombre de la patria agradecida, tributo el más alto reconocimiento a los buenos mexicanos que la han defendido, y a sus dignos caudillos. El triunfo de la patria, que ha sido el objeto de sus nobles aspiraciones, será siempre su mayor título de gloria y el mejor premio de sus heroicos esfuerzos.

Lleno de confianza en ellos, procuró el Gobierno cumplir sus deberes, sin concebir jamás un solo pensamiento de que le fuera lícito menoscabar ninguno de los derechos de la nación. Ha cumplido el Gobierno el primero de sus deberes, no contrayendo ningún compromiso en el exterior ni en el interior, que pudiera perjudicar en nada la independencia y soberanía de la República, la integridad de su territorio o el respeto debido a la Constitución y a las leyes. Sus enemigos pretendieron establecer otro gobierno y otras leyes, sin haber podido consumar su intento criminal. Después de cuatro años, vuelve al gobierno a la Ciudad de México con la bandera de la Constitución y con las mismas leyes, sin haber dejado de existir un solo instante dentro del territorio nacional.
No ha querido, ni ha debido antes el Gobierno, y menos debiera en la hora del triunfo completo de la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra los que lo han combatido. Su deber ha sido, y es, pesar las exigencias de justicia con todas las consideraciones de la benignidad. La templanza de su conducta en todos los lugares donde ha residido, ha demostrado su deseo de moderar en lo posible el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber de que se apliquen las leyes, en lo que sea indispensable para afianzar la paz y el porvenir de la nación.

Mexicanos: encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República.

Que el pueblo y el Gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

Confiemos en que todos los mexicanos, aleccionados por la prolongada y dolorosa experiencia de las calamidades de la guerra, cooperaremos en lo de adelante al bienestar y a la prosperidad de la nación, que sólo pueden conseguirse con un inviolable respeto a las leyes, y con la obediencia a las autoridades elegidas por el pueblo.

En nuestras libres instituciones, el pueblo mexicano es el árbitro de su suerte. Con el único fin de sostener la causa del pueblo durante la guerra, mientras no podía elegir a sus mandatarios, he debido, conforme al espiritu de la Constitución, conservar el poder que me había conferido. Terminada ya la lucha, mi deber es convocar desde luego al pueblo para que sin ninguna presión de la fuerza y sin ninguna influencia ilegítima, elija con absoluta libertad a quien quiera confiar sus destinos.
Mexicanos: hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad.

Benito Juárez.

Comentarios

  1. Excelente y esperanzador artículo. Recurrir a la historia para comprender mejor una situación y recordar como fuimos capaces de superar otros conflictos, me parece una idea muy original y constructiva. Justo lo que se necesita en éstos tiempos...

    Ojalá muchos otros otros sigan tu ejemplo!!

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